miércoles, 9 de enero de 2008

Puente de Barcas

El Guadalquivir es una de las claves del esplendor de Sevilla y una de sus imágenes más atractivas, pero también ha supuesto un reto para la comunicación entre las dos orillas de la ciudad. Desde el siglo XIII la solución fue un «puente de barcas», ingenioso recurso ideado por los almohades: una hilera de barcas ancladas que sostenían un inestable tablero que no ofrecía seguridad suficiente. No fue hasta mediados del siglo XIX que esta precaria conexión entre Sevilla y Triana fue reemplazada por un nuevo puente en hierro fundido, la primera construcción de este tipo de la que dispuso la capital andaluza.
Inaugurado en 1854, fue bautizado con el nombre de Isabel II, que entonces reinaba en España, pero se conoce popularmente como Puente de Triana, pues fue el primero aunque ya no el único que permitía llegar al castizo arrabal hispalense.
Fueron sus autores los ingenieros franceses Gustavo Steinacher y Fernando Bernadet, quienes tomaron como referencia estética y técnica el Puente del Carrusel de París, construido unos años antes con la particularidad de no emplear madera. La fundición del puente fue llevada a cabo en la propia ciudad de Sevilla, en la fundición de San Antonio regentada por Narciso Bonaplata, uno de los impulsores de la Feria de Abril.
Aunque en 1974 se consideró su demolición y sustitución, por fortuna la ciudad sigue contando con este monumento que compone sobre el río una estampa decimonónica y que sigue cumpliendo perfectamente la misión para la que fue concebido. Constituye la entrada a Triana por antonomasia, a través del Altozano desde el que se puede acceder a la famosa Calle Betis, adentrarse en la Calle San Jacinto, o alcanzar las calles San Jorge y Castilla