Al igual que sucede con otras imágenes famosas de la iconografía
sevillana, un cierto halo de misterio parece rodear los orígenes de la
venerable efigie de la Virgen de los Reyes. Historia, tradición y
leyenda se entremezclan en la herencia literaria de aquellos
historiadores y eruditos que han intentado acercarse al origen de este
icono aportando distintas concepciones de su creación.
Algunas fuentes, entre las que podemos citar al propio Lope de Vega en
su obra La Virgen de los Reyes (1622), se inclinan por la hipótesis de
que la imagen fue, en realidad, una donación a San Fernando de su primo
Luis IX, rey de Francia, hecho que parece apoyarse en las antiquísimas
zapatillas que calza la Virgen en las que se puede observar la flor de
lis bordada, emblema de la Casa Real gala.
Otros autores, sin embargo, se hacen eco en sus escritos de una
tradición legendaria, extendida por toda Andalucía, que atribuye a manos
angelicales la realización de la escultura de la Virgen.
La que a continuación reproducimos extraída de la obra de José María de
Mena Tradiciones y leyendas sevillanas se trata de una de estas mágicas
versiones que postulan la concepción de la Patrona de Sevilla sin la
intervención de la mano del hombre. Cronológicamente, la escena se sitúa
pocas fechas antes de la conquista de Sevilla, en aquel instante bajo
dominación árabe.
"Estando el rey San Fernando en su campamento de Tablada, durante el
cerco de Sevilla, poco antes de conquistarla, le ocurrió cierta noche
quedarse en su tienda de campaña rezando. Mediada su oración se
adormeció y tuvo una milagrosa visión en la que se le apareció la
Virgen, en figura de una imagen muy lindamente labrada, con su Niño en
brazos, y le decía:
Fernando, por tu gran piedad, yo te prometo que habrás de conquistar a
Sevilla.
Al despertar llamó el rey a su capellán, que era el obispo don Remondo o
Raimundo, y le manifesó la visión que había tenido. Pasado poco tiempo
se cumplió el celestial aviso, y San Fernando pudo entrar victorioso en
la ciudad.
Aposentado en el Real Alcázar, que era la antigua Alcazaba árabe, pasaba
el santo Rey muchas horas en oración, acordándose de aquella imagen que
en sueños había visto, y para no olvidarla, quiso que los artistas
escultores la reprodujeran. Pero ninguno de cuantos artífices había en
el reino de Castilla fue capaz de conseguir una imagen que tuviese
exacto parecido con la que el rey había soñado.
Cierto día llegaron ante el Alcázar tres jóvenes vestidos con el traje
que solían llevar los peregrinos alemanes que hacían la ruta piadosa de
Santiago de Compostela y que solían bajar hasta el Sur.
Los tres jóvenes
peregrinos pidieron ser recibidos por el monarca. Preguntóles Don
Fernando qué deseaban y ellos le dijeron:
Señor, somos tres compañeros escultores que hacemos nuestro viaje de
'wanderschaft' o viaje de perfeccionamiento de nuestro arte. Hemos
recorrido la Alemania y la Francia, y ahora venimos a tu reino con el
propósito de dar a conocer nuestro arte y aprender las reglas del
vuestro.
Ofrecióles don Fernando cuantas facilidades quisieran para su
aprendizaje, y entonces replicaron agradecidos:
Señor, en pago de vuestra acogida generosa, os queríamos hacer algún
regalo. Si nos lo permitís labraríamos para vuestra capilla alguna
imagen de la Virgen.
Aceptó el rey el ofrecimiento y mandó a su mayordomo que les entregase
cuantos materiales y herramientas pidieran para su trabajo, pero ellos
contestaron que no necesitaban nada sino solamente un salón en donde se
les dejara trabajar sin ser vistos ni molestados por nadie.
Los encerraron, pues, en una cámara del Alcázar y al cabo de varias
horas una criada que movida por la curiosidad miró por la cerradura vio
que los tres extranjeros no estaban trabajando, sino arrodillados
cantando dulces plegarias en medio de un gran resplandor, y acudió a
comunicarlo al rey.
Quiso don Fernando comprobar por sí mismo tan extraña conducta de sus
huéspedes y se acercó a la puerta para observar. Entonces reparó en algo
que no había visto la criada: sobre la mesa que se les había dado para
trabajar, tenían ya hecha y terminada una primorosa imagen de la Virgen,
que era exactamente la que el rey había visto en su sueño.
Tembloroso de emoción don Fernando abrió la puerta y al entrar le cegó
el resplandor de una inmensa luz.
La Virgen sonreía frente a él y los
tres jóvenes escultores habían desaparecido milagrosamente, sin que
hubiese otra puerta por donde hubieran salido.
Comprendió entonces san Fernando que los tres mancebos eran ángeles y
que le habían dejado allí la imagen de la Virgen como un regalo del
cielo. Confirmaron este pensamiento del rey los guardas y centinelas del
Alcázar, pues en ningún momento había salido ninguna persona por las
puertas de la muralla del palacio real, y por añadidura, escultores de
Sevilla que examinaron la imagen aseguraron que no era posible haberla
labrado en tan breve tiempo de unas horas, y cuyo material no era metal,
ni madera, ni marfil, ni sustancia alguna de este mundo.
Consultado el caso con el obispo don Remondo lo declaró por verdadero y
cierto milagro, y ordenó que se colocase la prodigiosa imagen en la
capilla del Álcazar, con el nombre de Nuestra Señora de los Reyes.
Pasado el tiempo y cuando murió San Fernando, dejó en su testamento que
deseaba que su cuerpo estuviera sepultado a los pies de la dicha bendita
imagen, por lo que la Virgen de los Reyes pasó a la Catedral,
poniéndosela en el altar de la Capilla Real donde el Santo Rey tiene su
túmulo."
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