sábado, 2 de julio de 2011

Por ti reinaran los Reyes

 
Al igual que sucede con otras imágenes famosas de la iconografía sevillana, un cierto halo de misterio parece rodear los orígenes de la venerable efigie de la Virgen de los Reyes. Historia, tradición y leyenda se entremezclan en la herencia literaria de aquellos historiadores y eruditos que han intentado acercarse al origen de este icono aportando distintas concepciones de su creación. Algunas fuentes, entre las que podemos citar al propio Lope de Vega en su obra La Virgen de los Reyes (1622), se inclinan por la hipótesis de que la imagen fue, en realidad, una donación a San Fernando de su primo Luis IX, rey de Francia, hecho que parece apoyarse en las antiquísimas zapatillas que calza la Virgen en las que se puede observar la flor de lis bordada, emblema de la Casa Real gala. 
Otros autores, sin embargo, se hacen eco en sus escritos de una tradición legendaria, extendida por toda Andalucía, que atribuye a manos angelicales la realización de la escultura de la Virgen. La que a continuación reproducimos extraída de la obra de José María de Mena Tradiciones y leyendas sevillanas se trata de una de estas mágicas versiones que postulan la concepción de la Patrona de Sevilla sin la intervención de la mano del hombre. Cronológicamente, la escena se sitúa pocas fechas antes de la conquista de Sevilla, en aquel instante bajo dominación árabe. "Estando el rey San Fernando en su campamento de Tablada, durante el cerco de Sevilla, poco antes de conquistarla, le ocurrió cierta noche quedarse en su tienda de campaña rezando. Mediada su oración se adormeció y tuvo una milagrosa visión en la que se le apareció la Virgen, en figura de una imagen muy lindamente labrada, con su Niño en brazos, y le decía: Fernando, por tu gran piedad, yo te prometo que habrás de conquistar a Sevilla. Al despertar llamó el rey a su capellán, que era el obispo don Remondo o Raimundo, y le manifesó la visión que había tenido. Pasado poco tiempo se cumplió el celestial aviso, y San Fernando pudo entrar victorioso en la ciudad. Aposentado en el Real Alcázar, que era la antigua Alcazaba árabe, pasaba el santo Rey muchas horas en oración, acordándose de aquella imagen que en sueños había visto, y para no olvidarla, quiso que los artistas escultores la reprodujeran. Pero ninguno de cuantos artífices había en el reino de Castilla fue capaz de conseguir una imagen que tuviese exacto parecido con la que el rey había soñado. Cierto día llegaron ante el Alcázar tres jóvenes vestidos con el traje que solían llevar los peregrinos alemanes que hacían la ruta piadosa de Santiago de Compostela y que solían bajar hasta el Sur.
Los tres jóvenes peregrinos pidieron ser recibidos por el monarca. Preguntóles Don Fernando qué deseaban y ellos le dijeron: Señor, somos tres compañeros escultores que hacemos nuestro viaje de 'wanderschaft' o viaje de perfeccionamiento de nuestro arte. Hemos recorrido la Alemania y la Francia, y ahora venimos a tu reino con el propósito de dar a conocer nuestro arte y aprender las reglas del vuestro. Ofrecióles don Fernando cuantas facilidades quisieran para su aprendizaje, y entonces replicaron agradecidos: Señor, en pago de vuestra acogida generosa, os queríamos hacer algún regalo. Si nos lo permitís labraríamos para vuestra capilla alguna imagen de la Virgen. Aceptó el rey el ofrecimiento y mandó a su mayordomo que les entregase cuantos materiales y herramientas pidieran para su trabajo, pero ellos contestaron que no necesitaban nada sino solamente un salón en donde se les dejara trabajar sin ser vistos ni molestados por nadie. Los encerraron, pues, en una cámara del Alcázar y al cabo de varias horas una criada que movida por la curiosidad miró por la cerradura vio que los tres extranjeros no estaban trabajando, sino arrodillados cantando dulces plegarias en medio de un gran resplandor, y acudió a comunicarlo al rey. Quiso don Fernando comprobar por sí mismo tan extraña conducta de sus huéspedes y se acercó a la puerta para observar. Entonces reparó en algo que no había visto la criada: sobre la mesa que se les había dado para trabajar, tenían ya hecha y terminada una primorosa imagen de la Virgen, que era exactamente la que el rey había visto en su sueño. Tembloroso de emoción don Fernando abrió la puerta y al entrar le cegó el resplandor de una inmensa luz.
La Virgen sonreía frente a él y los tres jóvenes escultores habían desaparecido milagrosamente, sin que hubiese otra puerta por donde hubieran salido. Comprendió entonces san Fernando que los tres mancebos eran ángeles y que le habían dejado allí la imagen de la Virgen como un regalo del cielo. Confirmaron este pensamiento del rey los guardas y centinelas del Alcázar, pues en ningún momento había salido ninguna persona por las puertas de la muralla del palacio real, y por añadidura, escultores de Sevilla que examinaron la imagen aseguraron que no era posible haberla labrado en tan breve tiempo de unas horas, y cuyo material no era metal, ni madera, ni marfil, ni sustancia alguna de este mundo. 
Consultado el caso con el obispo don Remondo lo declaró por verdadero y cierto milagro, y ordenó que se colocase la prodigiosa imagen en la capilla del Álcazar, con el nombre de Nuestra Señora de los Reyes. Pasado el tiempo y cuando murió San Fernando, dejó en su testamento que deseaba que su cuerpo estuviera sepultado a los pies de la dicha bendita imagen, por lo que la Virgen de los Reyes pasó a la Catedral, poniéndosela en el altar de la Capilla Real donde el Santo Rey tiene su túmulo."

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